Salió de su apartamento. Súbitamente, había sentido la necesidad del aire golpeando su rostro. Caminó, caminó, perdió la cuenta de las cuadras. Sólo sabía que era necesario caminar y lo hacía. Caminar le ayudaba a pensar, era como que el movimiento de sus piernas moviera también sus ideas, lo ayudara a sacar conclusiones, a ver más claro.
De repente se detuvo, el pasaje de un auto rojo le dio la sensación que lo que tenía que hallar tenía que ver con ese color: el rojo. No se preguntó por qué. Se había acostumbrado a que su cabeza trabajara sola, sin él, y llegara a los puntos claves, que iban marcando los pasos que debía seguir para dominar al parásito.
Esbozó una leve sonrisa, dominar al parásito, parecía una idea tan loca, tan inapropiada, hasta tan inmerecida!, sintió. Ese huésped, si tenía el poder que tenía sobre él, era porque él habría pasado mucho tiempo distraído, si no, cómo se explica que se hubiera alojado en él sin que lo hubiera percibido, hubiera crecido, alimentándose de su sangre?, hasta hacerse perceptible sólo cuándo empezó a sentir los dolores…no, se dijo, yo no soy una víctima, yo soy responsable, por lo menos en gran parte de lo que me pasa…
De pronto sintió que había llegado a una conclusión importantísima, más importante, que los métodos que había encontrado para aplacar los dolores, una conclusión básica, uno de los puentes que lo llevarían a algún lado, volvió a sonreírse. De repente había comprendido uno de los sentidos de su sueño.
El parásito se movía libremente dentro de él, pero Claudio había perdido la rabia hacia su habitante. Por primera vez lo sentía como parte integrante de sí mismo.
Ya no sentía lo que al principio:-debo liberarme de él, o entregarme a él, y dejarme morir, no, ese pensamiento había desaparecido. Ahora sentía, que lo que debía hacer era aprender a convivir con él. Ya que le había permitido la entrada, era hasta descortés que estuviera buscando la forma de echarle…pero y los dolores?...-es cuestión de establecer pactos, se dijo.
Vislumbró un banco cercano en la plaza a la que acababa de ingresar, y se sentó.
de AURORA BOREAL/SILVIA M CORONEL
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