Claudio luego de mucho llorar, por el nuevo repunte del parásito, se dio vuelta arriba en la cama y se sentó, la puntada era importante, pero intentó no pensar en ello. Si bien no podía levantarse, porque el dolor se lo impedía, decidió que era hora de hacerlo, entonces hizo lo que no podía, se levantó. Y después de haberlo hecho se sonrió, se dijo: sí puedo, duele mucho, pero puedo.
Dio hasta unos pasos, soportando los fuertes dolores, y fue hasta la radio y la prendió, estaban pasando un programa de tangos, que le trajo remembranzas de su infancia: su padre reclinado fumando pipa, su madre en la cocina amasando pan… y de repente le invadió el olor del pan recién horneado.
Curiosamente descubrió, así por casualidad, que el agradable, relajante recuerdo le provocaba una leve disminución del dolor, aspiró profundamente, hasta que el olor a pan lo invadió por completo, y se dio cuenta que el dolor seguía disminuyendo, y él volvió a sonreír.
Había descubierto algo fantástico, los buenos recuerdos debilitaban al huésped.
Entonces intentó llenarse de buenos recuerdos: un día en la escuela en que la niña que le gustaba lo había mirado de forma especial, otro día en el campo de su abuelo en que se pasó horas contemplando el horizonte mientras el sol caía, otro, ya adolescente, en que se sumergió en el mar y cerró los ojos y lo invadió una sensación muy placentera.
Descubrió, de repente, que estaba en ese mismo momento de ojos cerrados, y permaneció así unos minutos, dejando que la agradable sensación lo invadiera.
Percibió que el parásito se había quedado quieto, que ya no nadaba dentro de su cuerpo provocándole fuertes dolores, que los recuerdos, lo habían de alguna manera anestesiado…y por tercera vez, sonrió….
de AURORA BOREAL(SILVIA M CORONEL
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