Claudio se miró los zapatos, pensó en lo viejo que estaban, y en el tiempo en que los venía usando….de repente descubrió, que no se amaba a sí mismo.
Estaba caminando, y se detuvo, - no me amo a mí mismo, se dijo…cómo haré entonces para que alguien se enamore de mí. Si yo mismo no me aprecio, el otro verá en mi mirada mi autodesprecio y me rechazará.
Esto se está poniendo complicado, pensó. Se acercó a la zapatería más cercana , y se compró el mejor par de zapatos que sus bolsillos podían comprar. Los miró largo rato cómo relucían, se sintió como un niño, muy vulnerable, se sentó en el cordón de la vereda y se puso a llorar…lloró…las personas le miraban…lloró…los perros le olfateaban…siguió llorando.
De repente sintió una mano sobre la cabeza, instintivamente se volteó, pero no vio a nadie. Permaneció sentado en el cordón de la vereda. Pasaron unos minutos, y sucedió otra vez, aquélla sensación, miró y no vio nada, será algún chiquillo pensó, que apenas me vuelvo, se retira.
Se quedó pensativo,, las lágrimas corrían sin prisa por sus mejillas, pero él ya no se percataba de que seguía llorando.
De repente comenzó a sentirse liviano, como si su cuerpo no pesara…cada vez más liviano, y otra vez la mano sobre la cabeza.
Qué será esto?, se preguntó, -acaso me habré muerto?…un fuerte dolor en sus vísceras le hizo recordar la presencia del parásito, pero lo alertó de algo más importante: no estaba muerto, tenía sensaciones, (supuestamente, pensó, los muertos no las tienen).
Admiró un tiempo más sus zapatos, la mortecina luz del día que iba cayendo los hacía brillar. Se sonrió.
Miró a su alrededor, buscó alguna mujer que le llamara la atención, sólo se identificó con una de importante sobrepeso, que tenía la mirada perdida.
La timidez le impidió acercarse, pero cuando ya iba a devolver la mirada a sus zapatos, la mujer levantó la vista, y sus miradas se cruzaron. Un temblor le recorrió todo el cuerpo, y le recordó que estaba vivo.
La mujer hizo un movimiento como que se estuviera acomodando en una silla que le quedara incómoda, estrecha, quizá. Y él pensó, par sus adentros:-no tengo oportunidad.
No se percató (era un ser distraído) de cómo opera la causalidad, ella siempre da claves, aunque nosotros en nuestra soberbia las desconozcamos…no pensó en la mano sobre la cabeza, de nadie?, en su levedad, percibida hacía segundos…no ató los cabos del azar…
Se quedó mirando un punto fijo, saboreando lo que creía su desgracia, tampoco entendió, porqué, de repente, su huésped, se había aquietado.
de AURORA BOREAL/SILVIA M CORONEL
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